domingo, marzo 30, 2008

AMLO y la intolerancia


Francisco Valdés Ugalde
El Universal

Domingo 02 de marzo de 2008

La intolerancia es el mayor enemigo de la democracia. Para que ésta se inmunice de aquélla debe descansar en prerrequisitos sociales que no aparecen gratuitamente, y que no son abundantes en la sociedad y la política nacional.

En la lucha interna del PRD la intolerancia se ha hecho manifiesta, primero, en su situación ordinaria como partido y, luego, en la contienda interna por dirigirlo. Hace una semana, el senador Carlos Navarrete fue víctima de una agresión por parte de simpatizantes del señor Andrés Manuel López Obrador. Como sabemos, Navarrete se ha desligado de las presiones del ex candidato presidencial sobre la fracción parlamentaria en el Senado que coordina.

El juego del señor López en la sucesión interna en el PRD dista mucho de corresponder con los códigos de conducta de la izquierda democrática. Su falta de ortodoxia para cumplir con las reglas pactadas del juego político externo o interno a su partido es proverbial. Despreció la legalidad cuando “justificó” su residencia en el Distrito Federal para candidatearse a jefe de Gobierno. Otro tanto hizo con el Poder Judicial cuando un juez le ordenó dar marcha atrás en la apropiación ilegal de un terreno particular por parte de su gobierno. Atacó y desarticuló sin miramientos al Instituto de Información Pública Gubernamental del Distrito Federal, con el claro objetivo de impedir que este órgano supervisara el gasto de su administración y le obligara a rendir cuentas. Algo similar hizo antes, al limitar la capacidad del Instituto Electoral del Distrito Federal para supervisar adecuadamente las elecciones de la ciudad de México en el 2003. También omitió dar la cara cuando se exhibió a la luz pública el escándalo protagonizado por su operador político de confianza René Bejarano y el financiero Carlos Ahumada.

En su conducción como candidato a la Presidencia de la República evadió el debate con sus pares frente a la opinión pública, y sólo lo aceptó al final, cuando era demasiado tarde y había caído drásticamente en las preferencias electorales. No obstante, se negó a aceptar el resultado de las elecciones y montó una operación para minar la credibilidad de las instituciones electorales y de los resultados de los comicios de 2006.

En su trajín como autodenominado “presidente legítimo” ha tratado de esparcir a lo largo y ancho del país sus posturas, presentadas como verdades cada vez más absolutas, única trinchera posible para quien se erige en criterio único y excluyente de la verdad y la autenticidad de la vida pública. Gran clasificador de lo que es correcto y lo que no debe ser siquiera pensado.

Su más reciente actualización de este prontuario ha sido su postura sobre la reforma energética. Ha llegado a afirmar que la sola idea de llevar a cabo una reforma en este ámbito será motivo de “violencia” e “inestabilidad” política. Anticipa como profeta lo que se propone como político. Su condena posterior de la agresión a Navarrete por sus huestes mueve a preguntarse si es auténtica o sólo estratégica. Considerando su desempeño, no hay duda de que la contención y la razonabilidad han ido desvaneciéndose a conveniencia. Negarlo es una mascarada; López Obrador ha promovido la intolerancia. Su récord público está a la vista desde que saltó a la palestra de la política nacional. Y su partido, en mayor o menor medida, se ha montado en el tren que AMLO conduce contra todos los fundamentos axiológicos de la democracia.

Este comportamiento ha dañado gravemente el espacio político de la izquierda. Lo revelan todas las encuestas y casi todas las opiniones calificadas, con la excepción de las que externan (en público) quienes decidieron acompañarlo.

El primer aspecto de este daño a la izquierda y a la democracia en México consiste en que la influyente personalidad pública de AMLO ha conseguido captar no pocas voluntades y crear un imaginario político en el que ha sido ya depositado el huevo de la serpiente. Su talante y lo que anima es contrario al debate, a la ilustración de las posiciones que se defienden, al razonamiento lúcido e informado, a la aceptación, en lo que cabe, de la razón del otro. En suma, es contrario al diálogo, que debe ser nota dominante en todo ambiente público democrático. En consecuencia, es una lección de falso civismo que en realidad promueve los valores que le son contrarios.

De este modo, López Obrador y el lopezobradorismo conforman ya un bloque antidemocrático que puede avasallar y hundir en el oscurantismo conservador (“de izquierda”) al resto del PRD. El desarrollo del mundo moderno ha mostrado que la izquierda puede avanzar y desarrollarse mejor asumiendo los valores de la democracia, porque es la fuerza con más capacidad de profundizarlos. Entre ellos el medular, que es la tolerancia. Sin tolerancia no hay respeto al “derecho ajeno”, sin tolerancia no es posible la paz ni la libertad, sin tolerancia se diluye la capacidad de crecer moralmente frente a la incapacidad y los errores del adversario, base de la construcción de una política propia. Uso las comillas porque se trata de un valor de la República juarista que AMLO dice representar.

En los países en que se ha consolidado mejor la democracia, la izquierda ha podido ser más influyente. No me refiero solamente a los ejemplos clásicos: los países de mayor desarrollo, que han alcanzado mejores niveles de bienestar gracias a la presencia de organizaciones políticas de izquierda auténtica. También me refiero a los países de África, América Latina y Asia. ¿Qué sería de la India sin la lucha del Partido Comunista de Kerala? ¿Qué sería hoy de Sudáfrica si Nelson Mandela no hubiese entendido que la conducción moral de un pueblo hacia la justicia comienza por la entereza moral del reconocimiento del otro y de la realidad? ¿Por qué países como Argentina, Brasil y Chile han sido capaces de disminuir su índice de desigualdad?

Ninguna de estas preguntas se contesta sin admitir que organizaciones modernas e inteligentes de izquierda han incidido en la estructura de poder del Estado y en el contenido de las políticas de gobierno con perspectivas de construcción de largo plazo, siempre reafirmando una vocación democrática.

Hoy por hoy, esto es algo de lo que el lopezobradorismo, lamentablemente, carece.

ugalde@servidor.unam.mx

Investigador del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM

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lunes, marzo 17, 2008

Aplastana ‘Los Chuchos’


Itinerario Político
Ricardo Alemán
El Universal

Lunes 17 de marzo de 2008

Creían perfilarse como ganadores, pero fueron rebasados por la estrategia del control clientelar

Más allá de gane Encinas, se vio una vergonzosa muestra de la política desplegada por la izquierda

Se equivocan de manera rotunda aquellos que suponen que en la elección de ayer en todo el país —pero sobre todo en los reservorios amarillos— el PRD se jugó su futuro. En días pasados menudearon las voces que colocaban las alternativas de Jesús Ortega y Alejandro Encinas como polos opuestos; lo más parecido al paraíso, en el primer caso, y al infierno, en el segundo.

Y se equivocan, porque si bien existen diferencias abismales entre la cultura política de unos y otros —Los Chuchos son herederos de una práctica política que privilegia el diálogo, la negociación y el acuerdo, y los lopiztas colocan por sobre cualquier estrategia la confrontación—, lo cierto es que tanto Chuchos como Lopos son las dos caras de una misma moneda: la de una izquierda que, alejada de su doctrina, creció hasta los cuernos de la luna no por su ideario y su eficiente práctica política, sino por un exitoso populismo trasnochado que, pasado el clímax, empieza a ver su descenso.

Hasta el momento de cerrar el presente texto, durante la noche comenzaba a fluir información de que se habría impuesto la estrategia de López Obrador y Encinas, aunque durante el día hubo datos de encuestas de salida independientes que le daban al candidato de Nueva Izquierda, Jesús Ortega, una ligera ventaja sobre el delfín del derrotado candidato presidencial, AMLO, a pesar de que fue evidente a lo largo del día que en todos los estados, municipios y demarcaciones del Distrito Federal, donde Los Chuchos tenían posibilidades de triunfo, menudearon los intentos por reventar la elección.

No es casual que los mayores focos rojos que registró la elección del nuevo dirigente nacional del PRD se produjeran en Iztapalapa y Ecatepec —y en general en la zona conurbada del Distrito Federal, donde Nueva Izquierda tiene el control casi total del perredismo—, además de los estados de Oaxaca y Veracruz, donde los aliados de López Obrador, los convergentes Gabino Cué y Dante Delgado, movilizaron a sus tribus para reventar la elección.

Se produjo, a los ojos de todos, mano negra a favor de Alejandro Encinas.

Y al parecer dieron buen resultado todos los intentos de la dupla Encinas-Obrador por ensuciar la elección —aunque en buen castellano lo que hicieron no tiene otro nombre que el de intentar un fraude electoral al interior del propio PRD—. En el fondo lo que vimos fue una competencia de estrategias en donde los lopiztas recurrieron a todo tipo de trampas, chapuzas y marrullerías, antes y durante la elección, en tanto que Los Chuchos diseñaron una estrategia para anular todo el cochinero desplegado por sus adversarios. Y claro, también hicieron lo suyo. Se sabe, sin embargo, que habría fallado el planteamiento de Nueva Izquierda.

Para empezar, y a pesar de todo, Los Chuchos nunca descalificaron al árbitro, ni hablaron de recurrir a los tribunales institucionales. Tampoco asumieron una postura estridente ante la evidencia pública de trampas e irregularidades desplegadas en su contra y, en términos generales, nunca se tragaron el anzuelo de abrir la menor rendija a una posible anulación del proceso electoral interno.

Todavía la víspera de la elección, el sábado 15, el señor Alejandro Encinas denunció que le llegaron de manera anónima un millar de boletas reales, que presuntamente serían empleadas para favorecer a Los Chuchos.

Sin embargo, la maniobra fue tan burda que luego de una rápida indagatoria sobre la irregularidad denunciada resultó que el ladrón de las boletas electorales fue identificado como uno de los operadores políticos de Arturo Núñez, el árbitro de la contienda, tabasqueño impuesto por AMLO, priísta hasta hace meses, y ni siquiera legalmente habilitado como perredista. Tampoco en ese caso Los Chuchos cayeron en la provocación para anular el proceso, y tampoco cuando se documentaron robo de boletas y urnas, ratones locos, urnas embarazadas, tacos de boletas y que, en el extremo, fueron golpeados dos diputados que coordinaban las campañas de Ortega y Zambrano.

Pero todo indica que el grupo de Encinas y López Obrador se alzó con el triunfo, y evitó tropezar con la misma piedra que en julio de 2006. ¿A qué nos referimos?

Muy fácil, que la estrategia de Los Chuchos se basó en dos variables fundamentales. Primero, lo que ya señalamos líneas arriba: en el diseño de los anticuerpos para impedir que fuera reventada la elección e impedir que se llegara al extremo de anularla. Y segundo, que con mucho dinero —que por cierto, nadie sabe de dónde salió—, los estrategas de Nueva Izquierda dieron forma a una estructura piramidal para llevar a los votantes a las urnas.

Y esa estructura, que en verdad es un invento de lo más depurado del PRI en materia electoral —diseñado en realidad por el hoy retirado de la política y dedicado al periodismo César Augusto Santiago—, no es más que el cuidadoso diseño de un padrón de electores, su ubicación, la atención de sus necesidades y satisfactores, y el convencimiento para que el domingo de la votación salga de su casa, se suba a un camión, a una pesera, a un taxi, llegue a la casilla y vote. Eso, por supuesto, requiere estrategia y dinero, mucho dinero. Y dinero hubo.

Pero al parecer nada de eso funcionó. Los Chuchos creían perfilarse como los ganadores, pero fueron rebasados por la otra estrategia, también priísta, del control clientelar. Y no nos referimos a sus habilidades para sembrar su doctrina, su disciplina de partido, la eficacia de sus gobernantes o representantes populares. No, simple y llanamente que en tres ocasiones anteriores a Los Chuchos les habían ganado a la mala la dirigencia del PRD. Hoy les aplicaron la misma dosis.

Al final de cuentas, y más allá de que resulte ganador Encinas, lo que vimos de manera pública es una vergonzosa muestra de la política que es capaz de desplegar esa izquierda mexicana, que cada vez deja de serlo para emparentarse con el viejo PRI, y que ya se olvidó de las ideas, de las propuestas, de la doctrina, y avanza en los espacios de poder sólo a partir de la trampa y el anticuerpo. Y esa es la izquierda que defienden muchos de los prohombres de las ideas.

aleman2@prodigy.net.mx

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domingo, marzo 16, 2008

La izquierda se volvió derecha


El término “izquierda” viene de los inicios de la Revo- lución Francesa, cuando se impuso al rey una forma de parlamento, los Estados Generales, en 1789. Los diputados de la nobleza se sentaban a la derecha de la presidencia y defendían los fueros especiales, la tradición y la monarquía. Los diputados de las bancas a la izquierda exigían la desaparición de los monopolios detentados por el gobierno en ciertas áreas de la economía; final de los fueros por los que los nobles no podían ser llevados a juicio por actos contra un pobre; educación para las masas basada en la ciencia, Estado laico, y, en general, todo cuanto hoy conforma un régimen democrático.

¿Por qué ocurrió eso? Porque las nuevas fuerzas productivas, desatadas por la ciencia transformada en tecnología (la Revolución Industrial), estaban rompiendo el corsé de la vieja legislación estatista, plagada de prohibiciones a las nuevas empresas. El proceso fue analizado por Marx en abundancia. En fin, el llamado “tercer Estado”, con asientos a la izquierda, representaba las nacientes fuerzas económicas, oprimidas por restricciones legales al comercio y a la inversión. Se inspiraba en la Ilustración: esa generosa intelectualidad que había redactado la primera Enciclopedia, resumen del conocimiento científico. En los Estados Generales, el ala sentada a la izquierda pugnaba por las libertades de comercio, de inversión, de asociación, de expresión, de religión; por la igualdad de los ciudadanos ante la ley y por servicios sociales para los desposeídos. En esa postura se inspiraron Washington, Hidalgo y Bolívar para proponer independencia respecto de Europa y repúblicas democráticas en vez de monarquías para gobernar los nuevos países americanos.

La izquierda mexicana

En cuanto llegó al poder, nuestra izquierda olvidó la ética: un gobierno que se autonombró de izquierda, el encabezado por López Obrador en el DF, hizo todo, absolutamente todo aquello contra lo que estuvimos en la izquierda: exigíamos obra pública concesionada por licitaciones abiertas y a concurso, con precios y costos transparentes: López Obrador entregó su obra magna, los segundos pisos, a las compañías que él decidió y a cambio de apoyos políticos (eran los “empresarios buenos” que marchaban cuando él lo pedía, pues daba y quitaba contratos a su antojo). Luego, para impedir la aplicación de la Ley de Transparencia en gastos por miles de millones, logró que René Bejarano, al frente de la Asamblea Legislativa, hiciera secreto de estado esos números, esos libros contables, hasta por diez años. ¿Pues qué ocultan? Sólo sabemos que son miles de millones de pesos; pero los pagos estarán en la caja fuerte de López por diez años.

¿Y que hacía Gustavo Ponce, secretario de Finanzas de López Obrador, jugando en Las Vegas cada tres semanas? Está preso porque lo detuvo la PGR, no la policía capitalina. No pudo faltar a su despacho sin autorización del jefe, López Obrador. ¿A qué iba Ponce a Las Vegas? ¿Cuál era la encomienda oficial que cumplía? López será lo que sea, menos tonto. Su secretario de Finanzas le hacía un trabajo. Ponce lo reconoció a Encinas, ya huyendo: “Todo lo hice con conocimiento de Andrés”. El pitazo para huir se lo había dado López en conferencia de prensa urgente. El gobierno federal tiene a Ponce en una cárcel federal. Pero el PAN demuestra todos los días que está verde para ejercer el poder y que es “totalmente Palacio”. El manejo del asunto Ponce ha sido nulo. En cambio, hay gente que sigue afirmando que hubo fraude aunque nadie haya logrado explicar, ni López, cómo se cometió en un sistema a prueba de fraude. Quedó el golpe.

El que se decía “indestructible” llegó a la vileza de acusar a sus representantes de casilla de haberse vendido; no ha podido dar ni un solo nombre, ni la cantidad por la que se vendieron. Y con todo, logró instalar el fraude en la convicción colectiva de millones. Ahora hace lo mismo: exige transparencia en contratos por 40 millones el mismo personaje que nos niega transparencia en los miles de millones. Exige cuentas quien jamás las dio por las cuotas de los taxis piratas, los ambulantes; por los Panchos Villas que sirvieron al PRI y ahora sirven al PRD porque van con el mejor postor.

A Mouriño no lo hunde la denuncia de López, lo hunde la eterna suspicacia de los mexicanos que no pueden creer que tengan un principio de democracia, que sus enemigos son el sindicalismo de electricistas y petroleros, y no los inversionistas que en Cuba exploran y explotan yacimientos petroleros y en China producen electricidad sin que por eso Cuba o China estén desapareciendo.

La izquierda mexicana combatió los fueros hace 150 años, hoy los refuerza; hoy está contra la libertad de inversión y de comercio: las que hicieron la prosperidad del mundo desarrollado. Eso que llaman “izquierda” es lo que Juárez y Gómez Farías llamaban “reacción”. Estamos en manos de una reacción descarada y engreída.

Luis González de Alba - 167

Derechos Reservados © Grupo Editorial Milenio 2008

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Hoy podrá haber fraude, presidente espurio y un nuevo Ugalde



Itinerario Político
Ricardo Alemán
El Universal

Domingo 16 de marzo de 2008

De la involución que niega a Darwin al síndrome de Estocolmo

Por donde se le quiera ver, lo que vive hoy la segunda fuerza político-electoral mexicana, el Partido de la Revolución Democrática (PRD), es una tragedia que debiera enlutar a liberales y demócratas mexicanos; a todos quienes desde las trincheras de la vieja izquierda y del centro progresista entregaron alma, cabeza y corazón para que la geometría política mexicana se abriera a la izquierda y, con ello, romper el bipartidismo del PRI y el PAN.

Como todos saben, luego del escandaloso fraude electoral que hace casi 20 años orquestaron el gobierno de Miguel de la Madrid y un grupo de priístas que hicieron todo por impedir que llegara al poder presidencial Cuauhtémoc Cárdenas, el candidato del entonces Frente Democrático Nacional (FDN) —entre los defraudadores estaban los manueles, Camacho y Bartlett, hoy dos de los hombres más cercanos a Andrés Manuel López Obrador—, pareció que finalmente la izquierda mexicana había tomado el rumbo correcto.

Es decir, ante el fraude electoral de ese 1988, el FDN se convirtió en un sólido partido que nació con la consigna fundacional de “impulsar la transición democrática” —y por eso su nombre de Partido de la Revolución Democrática— y de “sacar al PRI de Los Pinos”. Así, en medio de una encrucijada que por un lado proponía esperanzadores augurios, y por el otro enfrentaba a sus fundadores a una persecución autoritaria y criminal impulsada por el gobierno de Carlos Salinas —entre cuyos operadores estaban precisamente los manueles y personajes como Arturo Núñez—, en 1989 nació el PRD, el partido negroamarillo, el del sol azteca y que hoy, ante un desgaste lamentable, es motejado sólo como el partido amarillo.

Pues bien, ese partido que hace 19 años nació con la consigna de “impulsar la revolución democrática” y de “sacar al PRI de los Pinos”, hoy es una caricatura de sus postulados fundacionales y no sólo regresó a las prácticas más rancias y antidemocráticas que caracterizaban al PRI, sino que en procesos como el que veremos a lo largo del día de hoy, parece enamorado de quienes lo secuestraron, de sus colonizadores, los ideólogos del viejo PRI, partido al que decía combatir.

En pocas palabras, el PRD de hoy no sólo reniega de los conceptos básicos de la evolución democrática —y ya no digamos de la revolución democrática—, sino que vive una regresión que en términos de la evolución de las especies sería como renegar de Charles Darwin, en tanto que en términos afectivos, es víctima del síndrome de Estocolmo, que no es más que el fenómeno que deriva en el enamoramiento del secuestrador. Y sí, en este caso, el PRD se enamoró del PRI, de su cultura y sus prácticas. Y en esa lógica, el PRD resultó ser el partido colonizado, secuestrado por lo peor de los hombres y las prácticas del PRI.

Desde el año 2000 advertimos en este espacio de esa peligrosa regresión y de la incontenible colonización; dijimos que en esa vorágine se cometería un “parricidio político” en el que el hijo preferido, Andrés Manuel López Obrador, asesinaría políticamente a su padre, a Cuauhtémoc Cárdenas, para quitarle el poder. Dijimos que ese nuevo PRD y su nuevo liderazgo no era más que una regresión grosera a lo más viejo del PRI, o acaso la cuarta etapa del PRI, y que en el PRD eran evidentes los síntomas de una patología conocida como el síndrome de Estocolmo. Todos prefirieron dar rienda suelta a la “piñata del poder” —porque de manera ingenua creyeron que ya tenían el poder en la bolsa—, en tanto que la respuesta a los críticos fue el insulto, la descalificación, la amenaza y hasta la difamación.

Las trampas de la fe

Pero en todos esos años, la terca realidad se impuso. La tramoya de esa dizque izquierda cedió ante el peso y la contundencia de una realidad en la que muchos creyeron, pero que nunca encontró un punto de apoyo real y sustentable —porque el tablado se construyó sólo para acceder al poder y nunca para impulsar un proyecto ideológico y partidista—, y al final de cuentas terminó por dar forma a una ola gigantesca de decepción, inconformidad y desilusión.

Los millones que creyeron ese engaño colectivo que fue vestir con los ropajes de la izquierda y del PRD, que presentaron como salvador de la patria a su candidato presidencial López Obrador y a su alternativa de gobierno, terminaron por convertirse en una masa social incontenible, no por su capacidad de organizarse, de protestar y menos por la reacción rápida de sus anticuerpos, sino por sus inagotables reservas de odio, resentimiento y frustración contra todo y todos los que no estuvieran con el señor legítimo o a favor de sus ocurrencias.

Así, no estar con el legítimo, disentir de sus delirios, cuestionar sus dislates, era y es sinónimo de traición. Esa deformación democrática —verdadera regresión a las posturas estalinistas y fascistas— no sólo se expresó contra los críticos del legítimo, contra sus adversarios naturales, sino contra sus oponentes dentro del propio PRD. De esa manera, todo aquel que no compartía las ideas, los dislates y los delirios del legítmo era un traidor que debía ser quemado en leña verde, fuera o no militante, dirigente y hasta aspirante del PRD a un puesto de representación.

Por eso se debe insistir en la pregunta: ¿de verdad hay alguien sensato que pueda sostener que eso que hoy es el PRD puede ser identificado como un partido de izquierda? Pues sí, sí los hay. Y entre esos que defienden que ese PRD es la mejor representación de la izquierda que ha tenido México se localizan algunos de los más reputados intelectuales mexicanos, esos que en tiempos de la hegemonía del PRI cuestionaban al PRI, pero casualmente cobraban de las arcas de gobiernos del PRI; esos que patentaron y legitimaron el ofensivo mote de “pegar con la izquierda y cobrar con la derecha”.

No importa quién ganará

Por lo menos hasta la tarde-noche de hoy, pocos conocerán los resultados de la elección de este domingo, a pesar de que por lo menos tres empresas encuestadoras realizarán muestreos sobre la pelea por la presidencia del PRD. Pero en realidad, ni falta que hace saber si la mayoría de los votos se los llevará Jesús Ortega o Alejandro Encinas. Y es que lo que queda claro, es que ninguno de los dos podrá decir que es el presidente del partido que en México representa a la izquierda.

Y es que hoy nadie puede negar lo evidente. Bueno, casi nadie, salvo los fanáticos y enamorados de siempre. Y lo evidente es que con todo y a pesar de todo, el perredismo se empeña en caminar en dirección contraria a los básicos de una fuerza política que se reclama como de izquierda. En otras ocasiones hemos preguntado aquí si es que alguien en serio cree que con todo lo que hemos visto del PRD —en su práctica política cotidiana y en sus eventos extraordinarios, como la renovación de su dirigencia nacional— hay quien pueda sostener que los amarillos son un partido de izquierda.

Y debemos confesar que las reacciones a esa interrogante nos han dejado estupefactos. Sí, existen quienes defienden y justifican a los señores René Bejarano y Gerardo Fernández Noroña, los que dicen que Manuel Camacho, Manuel Bartlett y Marcelo Ebrard, son algo así como próceres de izquierda, y hasta los que dicen que el candoroso maestro Bernardo Bátiz y delincuentes electorales como Arturo Núñez y José Guadarrama, son ejemplos de congruencia doctrinaria y partidista.

Y si esa es una tendencia que impera intramuros del PRD, podemos entender las razones por las que ese partido vive la peor de sus crisis de identidad. Y es que, en efecto, a estas alturas ya no importa quién de los dos grandes candidatos podría resultar ganador. Lo importante es que en los dos grandes bandos no se busca la recuperación del partido, no se intenta rescatar la ideología fundacional y los objetivos que le dieron vida a esa fuerza política, y menos a una concepción de izquierda. Lo que importa es el poder. Y es que el que gane la elección de hoy, podrá tener en línea el control del partido para lo procesos electorales de 2009 y 2012. Y eso no es poca cosa.

Las trampas

Y por supuesto que habrá muchos que se nieguen a reconocer que los amarillos se han convertido en lo peor del PRI. Pero podríamos preguntar, para disipar dudas: ¿Existe alguien que recuerde una elección interna de alguno de los partidos políticos con registro, que haya sido más sucia, más cuestionada, más ilegal? ¿Con qué cara, calidad política, moral o ética, los señores del PRD, sus líderes como el legítimo, pueden cuestionar los procesos electorales federales? Si revisamos los procesos internos del PRI, PAN o de cualquiera otra de las fuerzas políticas con registro, veremos que ninguna lleva a cabo sus procesos internos con tal suciedad, como lo que hemos visto en el PRD.

Que cuáles trampas. Bueno, la lista es infinita. Algunas perlas. Todos saben que financiada de quién sabe dónde, apareció por todo el país una carta firmada por AMLO, en la que les pide a los millones de militantes amarillos que voten por Encinas. ¿Quén pompó? Eso es ilegal. Claro. Pero, ¿qué creen? Pues sí, que AMLO impuso como árbitro de la elección al señor Arturo Núñez. ¿Que quién es? Bueno, nada más y nada menos que el hombre de Manlio Fabio Beltrones, en el gobierno de Carlos Salinas, para perseguir al PRD. ¿Qué tal? Chulada de congruencia.

Acaso saben los perredistas de dónde salió el dinero para toda esa campaña? Muchos no lo saben, pero otros tantos lo intuyen. ¿Quiénes son los principales apoyos políticos de Alejandro Encinas en el DF? Pues sí, los señores René Bejarano, Martí Batres y, claro, la señora Alejandra Barrales, esta última candidata a dirigir el PRD capitalino. Bueno, si se revisan esos nombres, ya se sabe de dónde sale el dinero. ¿O no?

Pero no todo está en el DF. Vamos a otra entidad, por ejemplo, a Zacatecas, en donde la gobernadora Amalia García, junto con si hija, la senadora Claudia Corichi, están en el ojo del huracán. ¿Por qué? Pues resulta que el dinero público a favor de Alejandro Encinas sale a manos llenas vía el DIF local, que está en manos de “la hija incómoda”. Sí, la niña tiene más de dos cargos: senadora, presidenta del DIF, hija de la gobernadora y precandidata al gobierno estatal. Otra chulada de ejemplo democrático al más puro estilo de la izquierda mexicana.

Bueno, y lo que vimos ayer, cuando el candidato Alejandro Encinas denunció que le llegaron de manera anónima a su casa de campaña un millar de boletas para la elección de hoy. Y, en efecto, se trató de boletas reales que, según los árbitros, salieron de manera ilegal. ¿De qué se trata? Pues de una estratagema que pretende adelantar lo que todos saben, pero que no quieren decir en público.

Que igual que en la elección federal, los socios del señor legítimo no reconocerán el resultado de la elección, claro, si es que pierden —como todo parece que ocurrirá—, y declararán que existió fraude. Y esa declaración la harán a partir de las boletas que ayer exhibió Encinas. Esas boletas serán la prueba del fraude, según la estrategia de Encinas y de su jefe López Obrador. Es decir, que el candidato del legítimo y sus socios, “se están poniendo el curita antes de la cortada”. Y esa será la coartada.

Fraude, gobierno espurio

Y es que si la noche de hoy, o a más tardar la mañana del lunes, las encuestas o los resultados oficiales le dan el triunfo al candidato Jesús Ortega, entonces el señor Alejandro Encinas y sus socios declararán que hubo fraude, que la presidencia de Jesús Ortega es espuria, que el Chucho mayor es ilegítimo, y seguramente propondrá un plantón de protesta, en tanto que se podría reclamar la cabeza de Arturo Núñez, ya para entonces considerado el moderno Luis Carlos Ugalde.

Veremos en la elección interna del PRD una calca de lo que ya vimos en julio de 2006, en donde todo estaba bien, hasta que el señor legítimo fue derrotado. Entonces aparecieron los fantasmas de la antidemocracia del PRD. Todo está bien si yo gano, pero todo está muy mal si es que pierdo. Y si gano, vivimos en el reino de la democracia, si pierdo vivimos en el infierno, y todos son lo peor, las instituciones, el partido mismo deberán irse al infierno. Y a partir de lo ocurrido ayer, es muy probable que el ganador resulte Jesús Ortega. Frente a esa hipótesis, ¿AMLO reconocerá su derrota? Esa es la gran pregunta. Al tiempo.

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